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Filosofeces

9 abril 2020

-A ver, Mari, te lo he explicado cien veces – me dijo-. Lo que sientes ahora no es lo que sentiste entonces. Es lo que sientes ahora por lo que sentiste entonces.

-No entiendo nada, Arturo. Cuando te pones filosófico no hay quien te aguante.

Soltó una risotada – le encantaba que me metiese con él – y me agarró por los hombros con las dos manos, firme. Su mirada me hacía daño, porque daba a entender que no iba a parar hasta que me entrase en la mollera. Y yo solo quería cambiar de tema.

-Es muy fácil. Tú crees que estabas enamorada porque ahora sientes ese amor de entonces. Pero eso no significa que en ese momento sintieses amor. Es lo que sientes ahora por lo que sentiste entonces. Hija, más claro imposible… Si no lo pillas, yo, ya…

Era la década de los 80 y acabábamos de salir de la facultad de filosofía y letras cuando mantuvimos esta conversación. Íbamos de camino al metro con sendas carpetas en las carteras y muchos, muchísimos apuntes. Éramos tan normales, tan sin más, que me sorprende que pueda recordarnos, como si lo más normal del mundo habría sido que yo misma nos hubiese olvidado. A veces me pregunto si, durante un tiempo, incluso fue así.

Hoy ya han pasado los años, ya no somos aquellos catedráticos medianamente jóvenes y llenos de entusiasmo que fuimos, pero seguimos siendo tremendamente normales, tremendamente sin más. Mientras veo a Arturo bajarse del tren y buscarme con una risotada colgada de los labios, telonera de un día estupendo, entiendo por fin que lo que siento ahora no es lo mismo que sentía entonces. Es mucho, muchísimo mejor, y me muero de ganas de decírselo.

Olor a flores

27 marzo 2020

Clara salió a la calle con el alma encogida, con el miedo acumulado de días, horas y segundos. Se le olvidó por un momento cuando un muchacho en bicicleta pasó por su lado y sonrió, sin lascivia, sin intención, simplemente de puro espontáneo. La alegría del chaval conectó con un sentimiento de libertad que llevaba arrebujado demasiado tiempo, así que respiró hondo como queriendo capturar esa sensación medio olvidada. Costaba creer lo limpio que estaba el aire.

Antes de emprender su camino, miró hacia el cielo, de un azul tan eléctrico que le agujereó las retinas. Del chispazo, perdió el equilibrio, de la forma más tonta, cayendo encima de la caca que un dueño poco civilizado no se paró a recoger. Los músculos debilitados después de tanto tiempo no lograron sostenerla en el momento en que más lo necesitaba.

Agustín, desde el puesto de periódicos, observaba la escena riendo. Se reía tan alto, con tanta desfachatez, que un perro que pasaba por allí se detuvo a observarlo. Se podría haber leído el asombro en su cara. Nunca sabremos si la risa llegó a los oídos de Clara, que se limpiaba como podía la caca en el vestido y sorbía disimuladamente los mocos. Cuanto más intentaba disimular, más estúpida se sentía por llorar por algo así, y más lloraba por sentirse estúpida. El ciclo sin fin.

Cerca de allí, la florista vio a Agustín reírse de la pobre muchacha y puso los ojos en blanco, sin poder creerse que hubiera estado enamorada de él tantísimo tiempo. Casi le faltaba señalarla con el dedo, al muy cenutrio. Sin pensarlo, activada por un resorte, cogió el paño con el que secaba el agua derramada de las flores expuestas y se acercó a Clara. No le dijo nada, simplemente le limpió las manos con el trapo, que acto seguido metió en los bolsillos de su delantal, y le agarró la cara con ambas manos. Le secó las lágrimas de las mejillas, le apretó un poco la barbilla, y volvió a su quiosco, sin mediar palabra.

Clara volvió a respirar hondo. El aire limpio de una ciudad enorme que la echó de menos olía ahora a rosas y a hierba recién cortada. Emprendió su camino, congelado en el tiempo, mientras los latidos del corazón recobraban el ritmo que les pertenecía.

Lockdown

20 marzo 2020

Carolina estaba encerrada en su habitación, como todo el país, como toda Europa, cuando recibió la llamada. Se levantó de la cama con un bufido, se puso la mascarilla, cogió el gel desinfectante y abrió la puerta para coger el teléfono inalámbrico que su madre le llevaba. “¿Quién llama hoy en día al fijo?”, pensó con fastidio, mientras frotaba rápidamente el teléfono con unas gotas de gel.

-Somos del hospital Puerta de Hierro de Madrid.

Un nudo se apretó en su estómago y las sienes empezaron a palpitarle tan fuerte que casi no pudo escuchar lo que el amable hombre le decía desde el otro lado del teléfono. Pero no le hacía falta conocer los detalles, sabía perfectamente de qué se trataba.

-Sí, sí, claro. Ahora mismo salgo para allá–. Y empujó de un trago las lágrimas que subían.

De camino al hospital se encontró con las calles desiertas y los semáforos en verde, pero se le hizo eterno. El aparcamiento estaba completamente vacío y entró en el hospital sin siquiera cerrar el coche, con la certeza de que nadie se lo robaría.

Dentro el paisaje era tan desolador como la última vez que estuvo allí, pero el foco en la mirada era otro. Llegó al final del pasillo y antes de entrar se detuvo para tomar consciencia de lo que encontraría. Respiró profundamente antes de enfrentarse al lugar donde tantas veces había estado. Dentro la recibieron con aplausos: la vacuna -su vacuna- había funcionado.

Arena del desierto

24 mayo 2019

Fatema había sido muy deseada. Tanto, que cuando su madre anunció la llegada de un bebé a la familia, la onda expansiva del júbilo que provocó la noticia se mascó durante días en el barrio. Habían sido semanas, meses intentando esquivar sin éxito la pregunta, y por fin, Halima podría ofrecer una respuesta: el bebé en camino llegaría coincidiendo con el fin del Ramadán, inshAllah.

Las semanas que siguieron al anuncio del embarazo no fueron nada en comparación con los días previos al parto. Halima, a quien la energía le alcanzaba apenas para secarse el sudor de la frente, recibía sin descanso turnos de visitas de vecinas y familiares en el patio de la casa. Además de ofrecer bendiciones, dátiles y telas, aconsejaban a la futura madre en base a sus propias experiencias, mientras el sol horadaba la tierra del desierto y lo tornaba todo de un color amarillo palo.

Uno de esos días en los que su vecina le ponía las manos sobre el vientre para susurrar la enésima plegaria al cielo, Halima sintió la primera contracción. A esa le siguieron varias y en menos que canta un gallo, estaba de camino al hospital con su marido cogiéndole fuertemente la mano y respirando al compás de ella. En ese gesto coordinado, lleno de espontánea solidaridad, Halima sintió que caminarían siempre así, respirando al unísono y agarrados, sin siquiera pensarlo de natural que sería. Pero esa certeza, tan firme como una roca, se volvió arena del desierto y voló lejos en cuanto el doctor anunció que su primogénito, ese niño tan amado y deseado, había nacido niña.

Bruselas

4 abril 2016

Tienes el encanto de tu hermana mayor con el añadido de que encima eres amable, a pesar de compartir su cielo gris que es el espejo de un suelo cubierto de cenizas. Ambos estáis heridos pero tú, a diferencia de ella, te relames las heridas solo. Ambos saldréis adelante; ella recuperará su mirada de superiodidad y sus aires de grandeza mientras que tú volverás a pensar que no estás a la altura parapetado en la sonrisa de niño bueno y un poco panoli que te caracteriza.

Eres como ese chico tímido que cree esforzarse por ser majo en una fiesta donde nadie le mira porque muy pocos siquiera le ven. Aquel que no se lava mucho, que viste ropa negra y demasiado holgada, que habla bajito y poco, que se queda en un rincón abrazado a una lata de Maes sonriendo sin escuchar realmente lo que pasa a su alrededor. No eres el más popular de la clase, tampoco el más pringao, pero reconoce que nadie se acerca a ti por interés, sino por la inercia marcada por los acontecimientos. La mayoría te escucha a regañadientes, sabiendo que no es mérito tuyo el que estés en boca de todos.

Sin embargo, hay unos pocos que realmente te conocen y, al hacerlo, ven qué es lo que te hace tan único en esta familia llena de locos. Estamos solos, sí, pero teniéndote a ti, para qué queremos más.

Añicos

26 febrero 2016

Por fin ha reunido el valor para acercarse al contenedor del vidrio. En el momento en que esas botellas empiezan a caer una a una por el hueco, sus hombros se deshacen de un peso que se deposita en su corazón.

Un Bordeaux, un Bourgogne, un Château Margaux… todos vinos franceses. Una a una, las botellas se van haciendo pedazos cuando se estrellan sobre otros cadáveres de recuerdos. Porque todas esas botellas llevan asociadas un recuerdo, un momento, una celebración, una conversación, una cena, una mirada, una borrachera, un beso, un preludio y, por supuesto, un final.

El ruido de las botellas al hacerse añicos le recuerda al ruido que tantas veces oyó en su corazón. Estallan sobre el lecho de unos recuerdos muertos que ya le son ajenos y se obliga a preguntarse, sin ápice de resentimiento, en qué momento dejó de tener sentido seguir brindando «por nosotros».

Viajar a Moscú

25 enero 2016

Sus hijos, sus nietos y seguramente todo aquel que se cruzase con él en el metro no entendían por qué insistía en arramplar con todo cada vez que iba a Fitur. Cada año, sin faltar nunca a su cita, acudía a la feria y volvía a casa cargado de llaveros, gorras, bolígrafos, posters, camisetas, pines, panfletos, abanicos… A pasos cortos, conseguía llevar más bolsas de las que su maltrecho cuerpo moldeado por sol y por el viento podía cargar, pero en su mirada una sonrisa satisfecha desafiaba a las personas que lo veían como un viejo extravagante sin ningún tipo de mesura.

Nunca le dio explicaciones a nadie, sabía que no le interesaba. Le importaba bien poco que lo que la gente pudiese pensar al verle llegar al stand con el ansia de un sediento en un oasis. Podría haberse ahorrado el espectáculo, podría haber sido simplemente un tranquilo visitante que pasa por allí con un interés distante, por pasar el rato, “porque ya sabes que los jubilados ya no tenemos nada que hacer”. En cambio, prefería perderse en los pasillos y, amparándose en aquella sinvergonzonería de la que solo se benefician niños y ancianos, meter cosas en bolsas sin moderación ninguna.

Él esperaba todo el año a que llegase febrero solo para regalarse esa visita por su cumpleaños y no podía pararse a pensar en lo que otros pudiesen ver tras sus ansias por llevárselo todo. Al fin y al cabo, Fitur era ya la única manera que tenía de viajar a Moscú, y si algo todavía pueden hacer los jubilados es imaginar cómo habría sido de haber podido satisfacer un deseo.

«Queridos Reyes Magos:»

6 enero 2016

«Queridos Reyes Magos:». Así empieza la carta de Violeta, como todas las cartas que sus majestades recibirán estos días. Pero esta carta es especial, está cargada de ilusión. No la misma ilusión que el resto de cartas que comienzan así. Es…otro tipo de ilusión.

Violeta aún no lo sabe, pero le quedan exactamente treinta y tres años para convertirse en la escritora más importante de Guinea Ecuatorial. Venderá miles de libros, acudirá a conferencias en España y Latinoamérica y sus libros se traducirán a los idiomas más hablados. Y en todos y cada uno de los discursos de agradecimiento que dará a lo largo de su prolífica carrera, recordará mentalmente el día en que escribió sus primeras palabras y, con ellas, tomó la mejor decisión de su vida:

RRMM

No sirve para nada

5 enero 2016

Yago ha quedado con esta chica. La conoce poquísimo, por no decir nada, de dos o tres conversaciones por Tinder, y le ha parecido maja. Sin más, la verdad. Maja como podría ser cualquier tía con la que ha hablado a lo largo de su vida. No cree que pueda forzar nada con ella, pues siempre ha creído que el amor, si llega, llega solo. Pero sus amigos le han insistido tanto en que tiene que salir a explorar otros cuerpos que al final, sucumbiendo a los “Pues no sabes lo que te estás perdiendo, tío”, ha decidido bajarse el maldito Tinder. Por probar…

Llega a la terraza del 100 montaditos. Es una calurosa tarde de mediados de junio, acaba de terminar los exámenes de la facultad y no le queda por delante más que un glorioso verano de aburrimiento, piscina e insomnio que contribuirán a que vuelva más despacio el invierno. Repasa mentalmente los consejos de sus amigos: “Muéstrate seguro de ti mismo”, “Hazle reír, a las tías les encanta que les hagamos reír”, “Nada de mirar por debajo de la barbilla o… que no se te note”, “Si insiste en pagar a pachas, déjala, que ahora van de modernas” y, el que más curioso le pareció: “Cuando te vayas a despedir, mírala muy fijamente a los ojos, baja hacia los labios, quédate sin decir nada unos segundos más de la cuenta y luego… le dices “hasta otra”, le das dos besos rápidos en las mejillas y te vas. Te llamará esa misma noche, ¡nunca falla!”.

Yago ni siquiera sabe si esta chica le va a gustar. Solo es la primera chica con la que pudo hablar por el chat. De banalidades fundamentalmente. Ni siquiera recuerda muy bien su foto, porque solo la miró un momento para darle al sí o al no, y no volvió atrás para verla bien. Pero se dijeron cómo irían vestidos: él, con unos vaqueros y una camiseta marrón con el logo de los Rolling. Ella, con un vestido morado y una flor en el pelo. Cuando llega, Yago la saluda amablemente y se ofrece a ir a por las bebidas cruzando los dedos para no aburrirse tanto como lo hizo mientras chateaban. Se apoya al mostrador y, mientras espera a que el camarero le sirva las dos cañas, su mirada se desliza inevitablemente por debajo de la barbilla de éste. Como sospechaba: la terapia no le ha servido para nada.

Resumen del blog – Gracias por hacerlo posible

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2015 de este blog.

Aquí hay un extracto:

Un tren subterráneo de la ciudad de Nueva York transporta 1.200 personas. Este blog fue visto alrededor de 4.700 veces en 2015. Si fuera un tren de NY, le tomaría cerca de 4 viajes transportar tantas personas.

Haz click para ver el reporte completo.