26 febrero 2016
Por fin ha reunido el valor para acercarse al contenedor del vidrio. En el momento en que esas botellas empiezan a caer una a una por el hueco, sus hombros se deshacen de un peso que se deposita en su corazón.
Un Bordeaux, un Bourgogne, un Château Margaux… todos vinos franceses. Una a una, las botellas se van haciendo pedazos cuando se estrellan sobre otros cadáveres de recuerdos. Porque todas esas botellas llevan asociadas un recuerdo, un momento, una celebración, una conversación, una cena, una mirada, una borrachera, un beso, un preludio y, por supuesto, un final.
El ruido de las botellas al hacerse añicos le recuerda al ruido que tantas veces oyó en su corazón. Estallan sobre el lecho de unos recuerdos muertos que ya le son ajenos y se obliga a preguntarse, sin ápice de resentimiento, en qué momento dejó de tener sentido seguir brindando «por nosotros».