11 noviembre 2014
A Alicia no le importa esperarme cuando doy vueltas en las librerías y siempre hace el amor conmigo, le duela la cabeza o no. Nunca me discute en público, sonríe cuando le tomo el pelo y, sin que te enfades, te diré que probablemente sea la única mujer sin aires de mandona que conozco.
El problema con Alicia es que no tiene esencia. Alicia se levanta de la cama y no huele a buenos días, ni a babas en la almohada, ni a sueño, ni a aliento mañanero. Cuando sale de la ducha, no huele a champú, a mascarilla o a crema. Tampoco le huele el pintauñas en las manos, el café en los besos o los pedos en el lavabo. De los restaurantes no le queda ni rastro de coco del postre, ni de alioli, ni de pintalabios, y si me mete sus bragas en la maleta cuando viajo no hay nada de Alicia en ellas. Ni siquiera cuando cocina se le impregna algo el pelo.
Pero Alicia tampoco tiene malicia, y por eso no sabe que ella no huele, como nada ni nadie lo hace, desde que te tengo a ti metida con fuerza entre ceja y ceja.