2 marzo 2019
Liliya tiene un secreto. Se cree que es a voces, pero se sorprendería al saber que solo su voz interior se atreve a gritarlo. A veces se convence de que nadie más lo sabe y consigue darse tregua. Otras veces, las más, se obsesiona tanto que pierde el sueño.
Esta es una de esas tantas noches en que Liliya está a punto de taladrar el techo con la mirada. Escucha a Dinara en la habitación de al lado, debe tener una de sus pesadillas. Siempre se sincronizan, es alucinante: los días en los que Liliya no consigue rendirse coindicen con los días en que Dinara se levanta diciendo que ha tenido una pesadilla. La misma, siempre: una señora con los dientes de oro se asoma a su cama, le canta una canción, y se va riéndose. A Dinara esa señora le da miedo, no la conoce de nada.
Liliya la abraza cuando le cuenta su pesadilla, le dice que se le va a pasar en cuanto sea un poco más mayor y que se vaya al colegio, que llega tarde. Mientras la ve salir por la puerta se pregunta si su madre, la biológica, aquella que sabe que en realidad su bebé no nació muerta sino que está en algún lugar de ese país, las encontrará algún día. Y el pozo de su angustia se hace un poco más hondo y oscuro.