Terrícola

23 noviembre 2015

Qué pereza, otro paseo más hasta allí, otra cola más. Ojalá hubiese un aparato que te permitiese hacer ese engorro desde casa. Ha sido un trámite complicado, pesado, a ratos interminable, pero finalmente ha conseguido su cita. Tiene a dos personas delante de ella y entonces le tocará. Mientras espera, mira las fotos de carné que trata de no apretar entre sus manos sudorosas y se le escapa una sonrisa porque, admitámoslo, sale feísima. ”Estamos en pleno siglo XXIV, podían haber inventado algo para retocar las fotos y que saliésemos más favorecidos”, piensa.

La cola se eterniza. Saca el libro que tanto le pesa en el bolso y trata de distraerse leyendo, pero no lo consigue. Está nerviosa, contenta, ella es de las pocas personas que está de acuerdo con los 7 gobiernos en que esta medida ayudará a conseguir la paz que tanto necesita su pequeño mundo. De repente recuerda que tiene que llamar a su marido para avisarle de dónde está, como marca la ley, así que le pide al señor de detrás de ella que le guarde su turno y se acerca a la cabina que tienen en la sala de espera. Mientras marca, piensa en lo útil que sería que hubiese teléfonos portátiles que llevar en el bolso y usar en cualquier momento.

Vuelve a la cola y vuelve a su libro. Se titula ”El mundo antes de la III Guerra Total” y describe un mundo que a ella le resulta difícil de creer pero que dice El Libro de Historia que existió, un mundo donde la gente volaba en algo llamado aviones a otros países del mundo, donde la gente se conectaba a través de unos aparatos eléctricos con algo llamado ”Internet”, un mundo donde la gente no se moría a los cuarenta años, donde había unos siete billones de habitantes y no solo unos 100 millones repartidos en la pequeña porción del emisferio norte que se salvó. Le cuesta imaginar que pudiesen existir hace apenas trescientos años tantas máquinas extrañas que hiciesen las cosas por uno y que los hombres de esa época fuesen tan geniales como para crearlas y al mismo tiempo tan estúpidos como destruirlo todo en la III Guerra Total.

Por fin le toca su turno. La señorita del mostrador es amable y le entrega su pasaporte universal. Lo mira un momento con detenimiento -su nombre: L. España; su nacionalidad: Ciudadano de la Tierra; su fecha de caducidad: 234-día del año-345 N.E.*; disponibilidad para alunizar: completa; su foto: horrible- y espera que le sirva de algo en caso de que los alienos vengan para llevárselos de la Tierra.

*Nueva Era

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