16 noviembre 2015
Le da un retortijón en la tripa, el enésimo esa tarde. No debería haberse comido ese kebab, sabe que le sientan mal, pero no había nada en casa y bajar al puesto de la esquina era el recurso más fácil y rápido. Quedan aún dos horas para que empiece el concierto, pero el dolor no se le pasa y empieza a temer que no pueda ir.
Para distraerse, decide pintarse las uñas de negro y planchar la camiseta del grupo que Etienne le regaló. A ella la música heavy le parece solo ruido, pero recuerda la mirada de ilusión cuando en su cumpleaños le dio aquel sobre con dos entradas para él y «quien tú quieras» y al “¿En serio que me vas a acompañar?”, simplemente no pudo decirle que no.
El esmalte de las uñas se le estropea en cuanto va corriendo al baño a rendirse ante la evidencia: está enferma. Se le empañan los ojos, un poco de dolor, un poco de rabia. Bien es cierto que ella apenas podría reconocer una canción del grupo, pero desea con fuerza pasar esa noche con Etienne, ahora que por fin se ha mudado a París para poder estar juntos.
-Lo siento, Memel, me duele demasiado. Él insiste ligeramente, le dice que es su aniversario, pero pronto se convence de que ella no podría aguantar la intensidad de un concierto como aquel en una sala tan enorme como es la Bataclan. Deciden, finalmente, que él irá solo y que en cuanto termine el concierto, irá a su casa a cuidarla.
Se despiden distraídos, ella le desea que se lo pase bien y él que se ponga buena para recibirle en unas horas, sin imaginar que, en realidad, se verán solo quince minutos después de colgar cuando él, en un acto de amor desinteresado, decida no acudir al concierto y pasar la noche con ella.