23 junio 2015
Recibe la noticia como un jarro de agua fría. “¿Y ahora? Los niños, la casa, el dinero, la comida…”, piensa mientras una explosión de calor le azota las mejillas. Entonces las lágrimas comienzan a fluir, no tanto por esa pérdida irremediable que aún no alcanza a interiorizar, sino por la consciencia de todas las dificultades que a partir de ese preciso instante se abalanzarán sobre ella.
Desde fuera, uno podría pensar que el hecho de que la preocupación ante su nueva condición sea más grande que la pena por haberle perdido no es más que la confirmación de que los matrimonios concertados son, en la mayor parte de los casos, una crucifixión en vida.
Lalia nunca se ha enamorado y ya lleva a sus espaldas el peso de un estado civil que le llega ahora de nuevas, como en su día le llegó el de “esposa”. También carga desde hace cinco años con una condición de madre, aunque al menos en este caso los artífices de su condena sí suscitan en ella el amor más grande e intenso que ha sentido jamás.
Ella siempre ha sido vulnerable pero nunca se ha sentido tan débil ni tan sola como en el momento en que toma conciencia de que se ha quedado desnuda ante el peligro, sin ningún tipo de herramienta con la que combatir a esa fiera que acomete contra ella. Además del miedo atroz ante la que se le viene encima, siente una pena inmensa en este momento, y no es por su muerte, sino por no tener nada más que diecinueve años de vida vacía a sus espaldas y, por delante, el futuro de tres niños a los que alimentar del aire, agua contaminada y palabras vacías de esperanza.
23 de junio, Día Internacional de las Viudas
Se estima que 115 millones de viudas viven en la pobreza y 81 millones han sufrido malos tratos. Las niñas casadas con hombres mayores son especialmente vulnerables.