Dos de junio

2 junio 2015

Lo primero que exclamó la enfermera nada más verla es “¡Esta niña está lista para hacer la primera comunión!”, porque era enorme, oronda, rotunda. Pobre madre. Cinco kilos, ni más ni menos, una cabeza deformada debido a la gestación en un lugar demasiado reducido para ella y un solo cabello blanco, estúpido, altivo, que coronaba aquel huevo kínder lleno de rizos negros. Llegaban al mundo otros cinco kilos de llantos y patadas al aire, un saco de mocos que recordaba a la señolita Eccal·laata y que tenía unas ganas enormes de echar a andar.

Cumple años cada 2 de junio. Cumpleaños cada 2 de junio. Una fecha cargada de controles cuando era niña, de Selectividad al abrazar la mayoría de edad y de exámenes cuando le tocó el turno a la Universidad. Ahora que es adulta, o eso dicen, le toca estar en la oficina. Y aun así es una fecha que adora, porque le trae tantos buenos recuerdos del pasado y porque aún no ha perdido la ilusión de ser la protagonista del día.

Esos 2 de junio en los que no falta la canción de turno al abrir los ojos. Creo que le hace más ilusión a la cantante, y eso que en ningún caso es poca. Luego llega la tarta, que nunca está tan buena como la lasaña, y el inequívoco “que lo veamos felices desde hoy en un año”. Los “halaaa…” al abrir algunos regalos y los “¡HALA!” al abrir otros. Las fotos que sacamos, no para recordar ese día sino  para recriminarnos lo feas que estábamos dentro de algún tiempo, cuando nos dé por sacarlas del archivo. Y sobre todo esos abrazos y besos que no son más intensos ni más largos porque sea el cumpleaños.

Además de los momentos, que aunque se repiten cada vez no los cambiaría por nada del mundo, recuerda con cariño y profunda nostalgia los regalos que ha ido recibiendo, cargados de simbolismo sin necesidad de invertir casi nada. Ahí está aquella primera sorpresa que recibió en forma de canción, con aquellos versos que le sacaron sonrisas y ahora le sacan lágrimas. Mira el retrato que tiene enfrente, aquel que ocho manos expertas en sus gustos y su vida dibujaron con el lujo de cada detalle, y parece también cantar ese estribillo: “Yo en Salou te empecé a descubrir… ese perfil griego que me gusta a mí”. También le vuela a la cabeza aquel día que tuvo como título “Los planes favoritos de A.”, sin saber que entre esos planes algún día se encontraría el ir al Atomium a reír por lo absurdos que debemos parecer desde fuera intentando abrir cada pequeña bolita para descubrir un regalo.

2 de junio siempre es un día bonito, aunque sea en la distancia, porque permite valorar el paso del tiempo, porque es un momento más para celebrar que sigo viva y porque me recuerda -como si lo hubiese olvidado- lo santa que debí ser en otra vida para haberme tocado ahora en suerte vuestra compañía.

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