19 mayo 2015
Esta es una más de esas historias incomprensibles con las que al final, de un modo u otro, todo aquel que tenga hermanos se siente identificado. Podría resumirse así: «Nos queríamos matar todo el día, pero vaya mierda la vida sin ella». La historia de dos personas que desde luego nacieron en momentos distintos, con un carácter diametralmente opuesto y unos gustos completamente contrarios y que terminaron encontrándose en el paso del tiempo, sorprendiéndose de lo parecidos que podían resultar al final el ying y el yang, la noche y el día. Esta historia es el ejemplo de uno de esos afortunados casos en los que la palabra «hermana» ha trascendido la connotación familiar, dando lugar a una vida compartida.
A la mía, poca gente se atreve a conocerla, a traspasar esa coraza de tía dura que no puede evitar ofrecer al mundo. Pero los que lo han conseguido terminarán por darse cuenta de cuánto les habrá merecido la pena.
Ya lo he dicho muchas veces; mi familia está recompuesta de añicos. Aunque no queden huecos, siempre se verán las grietas por donde nos rompimos. Pero precisamente para mantener esos cimientos necesitamos encontrar más de un pilar de la casa, y en ella lo encontramos porque heredó su inequívoca fuerza y su inconfundible grinta y supo acoplarlas a su alma femenina, capaz de una profunda empatía. ¿Cómo has hecho, Nati? ¿Cómo lograr que la fórmula dicotómica salga tan, pero tan bien? Algún día, como has hecho siempre, nos lo enseñarás y serás, cómo no, de nuevo un enorme ejemplo a seguir.
Que bonito de hermana a hermana, muchos besos.
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Ay ale que precioso! No me merezco palabras tan bonitas, gracias!!!
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