11 mayo 2015
En cada copa del pino hay una historia que merece ser contada. Como en cada copa de helado, en cada copa de Prosecco y en cada copa rota acumulada en el Testaccio. Así es esta ciudad, la madre de la historia abriéndose paso a través del tiempo y arrastrando consigo todo aquello que fue hace siglos. Y al tiempo que palpita la historia, se congregan en sus plazas, sus calles, sus escalinatas y sus bancos historias del día a día, más mundanas.
¡Ay! Si cada piedra hablara… se quedaría afónica de reírse de su historia versada y de llorar la sangre derramada. El pulgar de Nerón se volvería a erguir con determinación sobre las cabezas de todos esos gatos que maúllan a la luna más bonita de Europa. Y al mismo tiempo, el caos de una ciudad que no se relaja, le pondría la banda sonora a esta belleza rara.
Es eterna, eternamente apabullante. Es infeliz, coronada de desgracias. Es enorme, como enormes serían los surcos de sus arrugas si habláramos de una vieja dama. Esta ciudad que trasciende toda connotación de lugar habitable ha sabido traducir arrugas en socavones en las aceras, canas en grietas sobre las fachadas y achaques en profunda idiosincrasia. Y a pesar de su decadencia, de la que uno no se cansa, sigue siendo conmovedora, altiva, porque a pesar de todo se sabe la reina de todas las salsas. Y es que Roma, que puede permitirse el lujo de ignorar las críticas que le caen a diario por parte de sus más fieles amantes, será siempre eterna a pesar de su capa caída, y nunca cesará de arrancar suspiros en las calles más recónditas de su alma apaleada.
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Tienes toda la razón, creo que Roma encandila a cualquiera que vaya.
Como se nota que tienes una parte de sangre italiana.
Besitos y adelante.
M A R I A N
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¡Gracias, Marian! Es una ciudad muy especial… :)
Un abrazo enorme.
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