15 abril 2015
Si yo hubiera sido más joven, quizá no me habría fijado en ti, pero ahora eres demasiado embriagadora como para dejarte pasar. Esa diferencia entre tus modales juveniles y mis maneras de hombre, esa mirada cantarina que contrasta contra el humo de mis movimientos y esos dos ojos como faros que se clavan en mí cuando te acercas despacio a mi mesa con la tarea en la mano y la música en tus piernas. Pero qué tormento, cada día, cuando veo pasar a tus compañeras y te veo a ti, y sé que no puedo rozarte, y que no podré nunca, ni aunque pasen mil años, ni aunque lograse tu beneplácito, ni aunque volviésemos a nacer.
No imaginas lo que duele, cada segundo, sacarte a rastras de mi cabeza y aparcarte en una habitación oscura y malherida para no ceder a la tentación. No sabes la urticaria que me brota en la conciencia cuando dejo de ser tan duro conmigo mismo y te pienso. Soy un hombre atormentado y huracanado que querría encontrar un castigo a la altura de este deseo demencial que siento y del que me quiero deshacer, pero no hay tortura en la tierra tan fuerte como para despabilarme de este delirio inhumano.
Eres pura tentación, frágil maravilla. Y yo soy solo un mazacote de persona infernal. Lo que nos separa es tan hondo y oscuro que no existe ni siquiera justificación para el idilio. Pero pronto llegará junio y nuestros caminos se separarán, y el tormento dejará por fin espacio para su dulce final. Y yo recobraré esa serenidad y humanidad de las que me despojaste en el preciso momento en que comencé a mirarte.