No podría ser de otra manera

8 abril 2015

No es cuestión baladí que el centro de Madrid se llame Sol. O, mejor dicho, Puerta del Sol. Qué maravilla, para los madrileños, saber que vivimos en la ciudad que es la puerta hacia el sol, hacia ese astro Dios que tanto echamos de menos en cuanto ponemos un pie fuera de la ciudad.

Dicen que el cielo de Madrid es un manto de sustancias tóxicas que vuelan sobre nosotros y acechan nuestra salud sin siquiera rozar nuestras conciencias. No lo dudo, pero mira si debe ser brillante ese cielo que, de acuerdo a lo que decía Almudena Grandes, parece pintado con un plastidecor y no deja entrever esa nube tóxica, resultado de las vidas vividas más abajo.

Me encanta decirte «Si me encuentras una nube te regalo 100 euros», sabiendo que mi cuenta bancaria está totalmente a salvo, porque mi Madrid, tu Madrid, nuestro Madrid, su Madrid nunca decepciona.

Desde luego, no es casualidad que el centro de Madrid se llame Sol. «¿Quedamos en Sol?», «¿Nos vamos de compras a Sol?», «¿Me acompañas a Sol?». Miro hacia arriba y pienso que, desde luego, no podría ser de otra manera…

Por Almudena Grandes:

Desde allí, Raquel miró Madrid, (…) las torres puntiagudas, aisladas, esbeltas, se elevaban sin arrogancia sobre el perfil irregular de la ciudad, que bailaba como un barco, como un dragón, como el corazón anciano y poderoso del cielo más bonito que Raquel había visto jamás. Qué grande es el cielo aquí, pensó al contemplar la extensión infinita de un azul tan puro que despreciaba el oficio de los adjetivos, un azul mucho más azul que el azul cielo, tan intenso, tan concentrado, tan limpio que ni siquiera parecía un color, sino una cosa, la imagen desnuda y verdadera de todos los cielos. Unas pocas nubes altas, alargadas, tan frágiles que apenas oponían un velo transparente que filtraba la luz sin enturbiarla, parecían escogidas, dibujadas, colocadas a propósito para demostrar la profundidad de un azul ilimitado, el cielo total que la saludó aquel atardecer (…).

A principios de marzo, el sol sabe engañar, fingirse más maduro, más caliente en las últimas mañanas del invierno, cuando el cielo parece una fotografía de sí mismo, un azul tan intenso como si un niño pequeño lo hubiera retocado con un lápiz de cera, el cielo ideal, limpio, profundo, transparente, las montañas al fondo, los picos aún enjoyados de nieve y algunas nubes pálidas deshilachándose muy despacio, para afirmar con su indolencia la perfección de un espejismo de la primavera. Qué buen día hace, hubiera dicho mi padre, pero yo tenía frío, el viento helado me cortaba la cara y la humedad del suelo transpasaba la suela de mis botas, la lana de mis calcetines, la frágil barrera de la piel, para congelar los huesos de mis dedos, mis plantas, mis tobillos. Tendríais que haber estado en Rusia, en Polonia, nos decía él cuando éramos pequeños y nos quejábamos del frío que hacía en su pueblo en mañanas como ésta, esos domingos de invierno en los que el cielo más bello del mundo elige amanecer en Madrid.

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