Luces y sombras

19 febrero 2015

Lo que está claro es que los pringados siempre serán pringados, los populares siempre serán populares y los que estamos en el medio seguiremos siendo invisibles, arrinconados en todas partes sin pinchar ni cortar demasiado. Da igual si el escenario es un aula, un botellón, una excursión o la vida misma; yo siempre formaré parte de ese grupito de personas que, sin poder destacar para lo bueno o para lo malo, trata de diferenciarse sin lograrlo jamás.

Estoy en la primera reunión de antiguos alumnos organizada por el colegio del que me gradué sin grandes aspavientos hace hoy diez años. Veo a Iván, el guapo de la clase, que a pesar de su anillo en el dedo, desata sus dotes de donjuán. Está más fuerte que hace diez años y es lo suficientemente joven como para conservar aún todo su pelo. La sonrisa desafiante que le colgaba siempre de la cara se conserva con un deje hipócrita, que intenta parecer cordial. Será que, a fuerza de practicar para la consultoría que dirige, se ha obligado a suavizar un poco su ego. Sus amigos de siempre, Alberto, Roberto, Luis… Por lo que me chivan las redes sociales, llevan una vida a todo trapo y en las fotos se ven grandes viajes a lomos de yates carísimos y se intuyen grandes cantidades de sexo, drogas y tecno-pop.

Las chicas tampoco han cambiado nada. Raquel, Celia, Susana y sus acólitas comentan el fin de semana pasado. Una punzada de amargura me recuerda que ellas siguen siendo tan amigas o más que hace diez años, que han compartido varias bodas e incluso algún nacimiento, y que parecen regar esa amistad con altas dosis de cariño, mientras que yo, por más que me he esforzado, he perdido a mucha gente en el camino. Por supuesto, a pesar de sus embarazos y sus vidas acomodadas, conservan la figura que desarrollaron en su juventud y su pelo, gracias a sus abultados sueldos, reluce casi tanto como su moreno de rayos UVA sobre el que destacan inmensas sonrisas.

A algunos me hace verdadera ilusión verlos. Está Pilar, está Álvaro, está Estefanía, está Domingo… esos eran majos y siguen siéndolo, y me acogen con una sonrisa y un amago de abrazo torpe que me sabe a poco. Con ellos hablamos un poco del más y del menos y nos reímos menos que el resto de grupos, hasta que nos quedamos sin conversación y empezamos a destripar a aquellos que durante años fueron objeto de envidias y a aquellos que fueron blanco de burlas. Al final, me digo, todos tenemos nuestras luces y sombras.

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