10 febrero 2015
Hoy me he pasado más o menos una hora mirándote dormir y he llegado tarde al trabajo. Mis compañeros me han mirado un poco mal, pero no me ha importado nada porque mirarte dormir es lo más bonito que he visto en mucho, mucho tiempo. Si ellos pudiesen sentir lo que yo siento cuando te miro dormir, estarían totalmente de acuerdo y dejarían de lanzarme indirectas envenenadas cada mañana.
Estás preciosa cuando duermes, aunque tú siempre lo vas a negar. Tienes el pelo aplastado contra la frente, la respiración acompasada y a veces hasta babeas un poquito, y yo me muero de ternura cuando parece que sueñas y te cambia la expresión. Me dan ganas de despertarte para abrazarte y darte las gracias por estar por fin aquí, pero me freno, porque no es justo privarte de un sueño reparador solo porque yo quiera materializar en un abrazo lo afortunado que me siento de que estés a mi lado.
Seguro que llegará el día en que deje de sentir esta alegría tan inmensa cuando veo que duermes en paz. Pronto llegará la normalidad a nuestras vidas y entraremos en esa rutina acomodada que me borrará la sonrisa embobada. Pero para eso aún queda mucho; por ahora sigo despertando con la emoción de ver que, a medida que van desapareciendo las pesadillas y las llagas que traías del orfanato se van curando, vamos familiarizándonos poco a poco con nuestros roles de padre e hija y empezamos a sentirnos cada vez menos extraños.