Tic y tac

9 febrero 2015

Pasea sola por la orilla del Ebro porque él todavía no se ha levantado y recuerda, como cada vez que coge un avión, lo maravilloso de este mundo que no tiene esquinas. A sus años sigue siendo una viajera con fobia a atarse a un sitio, ella que siempre odió la expresión «ciudadano del mundo».

El aire que entra en su mente despeja todas las ideas absurdas que ha tenido en los últimos meses, que no han sido pocas. Los viajes le traen siempre eso, alejan la rutina que se acurruca en su cama al tiempo que huye la pereza de saberse estancada. No le queda mucho, ha de darse prisa si quiere apurar su juventud, porque dentro de nada no podrá seguir pensando en sí misma como una chavala.

Su novio, a quien solo le preocupa del paso del tiempo que las canas vayan desbancando a la calva, se ríe de esa sed de aprovechar cada fin de semana, de probar cada comida exótica y de hablar con cada persona que le mantiene la mirada. Y es que para ella solo la certeza de haber vivido una juventud plena y sin trabas le reportará un poco de calma cuando llegue mañana.

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