3 febrero 2015
Cuando corre con toda la fuerza que le dan sus piernas parece un pato mareado, pero ha de hacerlo si no quiere que la alcance. Le avergüenza que alguien pueda verle las bragas con cada zancada. Menos mal que esa mañana escogió las blancas, las de chica buena. De vez en cuando mira para atrás, temiendo que llegue, porque él parece estar en buena forma también y seguro que pronto la cogerá. Le cree incluso capaz de agarrarla del pelo. No le gustaría nada; aparte del dolor, qué estropicio para su preciosa melena rubia, con el empeño que le pone para tenerla cuidada. Debe estar reluciendo al sol mientras ella huye recordando aquello que le dijeron de respirar por la nariz y expulsar por la boca para evitar el flato.
Cuando lleva unos ocho o diez minutos corriendo, intentando por todos los medios darle esquinazo sin conseguirlo, empieza a notar la fatiga. Primero es un pinchazo en el estómago que le hace encorvarse un poco, y luego es un nudo en los pulmones que le obliga a respirar profundo, incluso por la boca. Las piernas también comienzan a cansarse, y piensa que esté donde esté mañana, seguro que tendrá unas agujetas terribles. Con mucha angustia, comprueba que los pasos entre ellos se están acortando y que pronto lo tendrá en los talones. Pero no consigue ir más deprisa, al revés, siente que pronto las rodillas se le doblarán y no habrá nada que hacer. Incluso se plantea soltar la bolsa para que todo lo que hay dentro salga rodando. Se quedará sin botín pero al menos le entorpecerá el paso. Justo cuando se descuelga el asa del hombro para soltar la bolsa, un coche marrón se para y le grita que suba. Ella lo hace y lo primero que le dice al conductor es que podría haber cogido otro de los coches, que no hay tantos coches marrones por ahí y lo podrían reconocer.
-Y al menos le habrás quitado la matrícula…
-De nada, ¿eh?
Ella le da las gracias y, cogiéndole de la mano, va recobrando poco a poco, el aliento. Mira por el espejo retrovisor al guardia de seguridad doblado en dos ya resignado, se recoloca el flequillo y pasa a comprobar que los pañales, la leche en polvo, el talco, los potitos y el jabón siguen en la bolsa. Entonces se recuesta sobre el asiento y sonríe hasta quedarse dormida, con la conciencia de lo más tranquila.