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2 febrero 2015

«¡Ah, qué vergüenza, si nuestras mujeres nos viesen así! Tan borrachos, tan deshumanizados y, sobre todo, tan conscientes de que esto que hacemos no es digno de ellas. Olga no se merece esto». Eduardo pensaba todo esto mientras miraba a la candidata número 3, que le hablaba sin parar de retorcerse un mechón de pelo entre los dedos. Sonreía lo que se supone normal para una escena como aquella, donde el coqueteo y las intenciones no dejaban asomo de duda. Sin embargo, su voz le llegaba taponada, como si hubiese sumergido su cabeza hasta las orejas en una piscina, dejando los ojos fuera, alerta, observando el mundo mientras los oídos, en cambio, permanecían embotados por todo ese palabrerío que no quería llegar con sentido hasta su cerebro.

Con una vergüenza cada vez más lacerante, miró hacia su derecha y vio a Agustín. Eterno seductor, canalla nato, él parecía estar pasándoselo muchísimo mejor. Con el cuerpo echado para adelante, miraba a su candidata número 3, y Eduardo notó con una punzada de envidia que era más atractiva que la suya. Encima se esforzaba por ser divertida, a juzgar por cómo se reía su amigo, con esa risa aguda que no transmite nada. Cuando sonó la campana, la fila de mujeres se movió. Adela, como se llamaba la última, había ido apagando la conversación poco a poco en vista de su escaso interés, y casi pudo arañar el alivio que emanó al abandonar su mesa.

Eduardo bajó la vista para no mirar a la siguiente mujer, y trató de hablar con su amigo, de transmitirle, aunque fuera con la mirada, las ganas que tenía de irse de allí y volver con su mujer a la que tenía engañada. Sin embargo, Agustín no le prestaba atención, tenía la vista puesta en el móvil y, aprovechando el trajín de sillas y los pocos segundos antes de la campanada que daba comienzo a la siguiente cita rápida, revisaba sus mensajes. Si Eduardo hubiese sabido que lo que su amigo leía con una sonrisa abstraída en su cara era un mensaje de Olga diciendo que esa noche lo esperaba desnuda en la cama, y que más valía que Eduardo conociese por fin a alguien que la desbancara, habría sentido bastante menos vergüenza y sí mucha, muchísima rabia.

 Para la Habitación Propia, Tertulia literaria en Bruselas y Madrid.

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