16 enero 2015
Dormimos desde hace ya varios años en habitaciones separadas, pero por las mañanas nos vamos a despertar el uno al otro. Si soy yo quien se despierta primero, me tiro en plancha sobre ella, que se despierta siempre insultándome a gritos y diciendo que va a poner un cerrojo en la puerta. Creo que de verdad teme morirse del susto algún día, pero es más fuerte de lo que se cree. Si es ella la que se despierta primero, planea a conciencia su venganza; normalmente se descalza y se sube a mi espalda.
Después desayunamos juntos. Ella lee el periódico, yo escuchando la radio, fingiendo que no la miro por el rabillo del ojo. Está horrible por las mañanas, pero no me quiero imaginar cómo estaré yo entonces.
Luego nos duchamos juntos, cada uno con su esponja bajo el mismo chorro. Si la cosa se calienta, me pide que le lave el pelo y yo le digo que, a cambio, me lave ella a mí el cuerpo. El sexo matutino, pero solo tras haber comido y dormido, es lo mejor que se inventó, y en eso siempre estuvimos de acuerdo.
Nos volveremos a ver por la noche para cenar algo y ver la tele, sus piernas sobre mis rodillas, los dedos de mi manos entrecruzados con los de sus pies y en la mesita, sendos tés. Luego cada uno se acuesta en su cama y se imagina cómo sería dormir con el otro aplastándole el brazo o tirándole de los pelos, robándonos la almohada o dándonos patadas. Sonreímos.