17 diciembre 2014
Desearía estar ahora mismo en una cala mágica de esas que abundan en Grecia, con su arena negra y su mar transparente. Una vez, en uno de los primeros veranos que recuerdo, se sentó a mi lado mientras me secaba del último baño y me dijo que aquella agua era así porque todos los niños del archipiélago –él siempre se refirió a Grecia como “el archipiélago”, como si no hubiese una parte de ella anclada al continente- dedicaban su tiempo libre a destapar botellines de agua y a vaciarlos en el suelo, para formar ese mar que yo, por más que he viajado, no he vuelto a ver.
Ahora, cada vez que mi hija Carolina se sorprende con una de las mentiras que le contamos para regodearnos en esa inocencia que tardará poco en perder, me acuerdo de aquella tontería que me dijo mi abuelo y sonrío pensando en eso que tienen en común los niños y las personas mayores: la capacidad de alejarte del presente y de transformar un momento banal en el más precioso de los recuerdos.