21 noviembre 2014
Las croquetas estaban de muerte. Los callos de muerte también, y el jamón, ni te cuento. Y las cabezas de las gambas, que chupeteábamos con gusto, estaban de muerte, como la cerveza esa, los pimientos de padrón, el queso manchego… todo de muerte.
-¿A quién se lo ocurrió ir al centro a tomar algo? ¿Fue al propio Panivi?- dice alguien sacándome de mi cabeza a patadas.
-Panivi… ¿Os acordáis de cómo se enfadaba al principio? “¡Marcelino, joder, me llamo Marcelino!”.
Todos nos reímos un poco al recordarlo, y esas risas retumban en el silencio de la sala de espera.
-Y pensar que ahora era él quien se presentaba como Panivi, que como se te escapase un Marcelino te ponía mala cara…
-¿Te ponía?
-Perdona.
Para Panivi las tapas no estaban de muerte porque él no la miraba a la cara cuando las saboreaba. Pero yo, mientras cuento los siglos que pasan con cada movimiento del segundero, no paro de pensar en cómo me sabrán a partir de ahora las croquetas, la cerveza, las gambas…