14 noviembre 2014
Cuando me dices que soy “guapa reversible”, que la mirada se me pone chueca cuando me concentro, que mi pelo nunca ha tenido tanto brillo como me creo y que se me oye respirar hasta cuando hay ruido en la habitación, me doy cuenta de que cuando te digo que hablas por encima de tus posibilidades, que tus pies tienen pelos hasta donde no ya no hay piel y que no estaría de más cuidarte esa coronilla, en el fondo, nos estamos diciendo lo mismo. Y es precisamente en ese decírnoslo todo cuando no nos decimos nada porque no hace falta, ya que la mirada socarrona y la sonrisa vacilona nos delatan.