5 febrero 2015
Silvia se recoge el pelo en un moño muy alto para que no le moleste, como cuando estaba en la universidad y se preparaba para las interminables jornadas de estudio. Se pone las gafas de protección, los guantes y se ajusta la bata. Por primera vez tras unos días marcados por los nervios, sonríe sinceramente y descarga la tensión con un suspiro profundo. Luego, se fija en la probeta que tiene que utilizar, en la mesa llena de frascos que aún no sabe descifrar y en todo ese material a la última que, está segura, la conducirá a la cima.
En ese momento entra Marta, la tutora, y se presenta a todo el grupo, aunque evidentemente todos la conocen bien. Durante años han leído sus investigaciones y han tenido que extraer conclusiones para sus propios análisis en laboratorio. Tras la bienvenida de rigor, Marta les explica en qué consistirá la primera sesión y lo que la diferenciará de las muchas sesiones que le siguen. Además hoy es un día clave; tendrán que dividirse en grupos y elegir qué parte de la oncología preferirían investigar.
Mientras la escucha con una admiración pasmosa, Silvia se intenta convencer de que algún día será ella quien responda a las preguntas que le planteen sus alumnos. Tal vez -la imaginación vuela sola- llegue incluso a dar respuesta a alguna incógnita universal y arañar un premio que hinche de orgullo a su madre, aún más si cabe. Pero por ahora, hasta que llegue ese día, su pasión por la ciencia será la única cosa a la que pueda aferrarse cada noche cuando se duerme imaginando que mañana, por fin, obtendrá una bienvenida a volver a la universidad, en lugar del clásico «Sentimos comunicarle que, debido a los recortes del gobierno, no disponemos de más fondos para investigar».