26 enero 2015
Las vacaciones en Oporto, que parecían haber empezado hacía cinco minutos, están llegando a su fin. Se ponen cómodos en la cama del hotel, que sin asomo de duda ha sido hecha con láminas de hielo, para recordar los tres días que acaban de pasar como un suspiro. Tres días que, precedidos de una larga y ansiada espera, se marchan ahora de puntillas con unas pocas fotos como magro recuerdo y, siguiendo la tradición, un buen puñado de risas con las que contagiarse el uno al otro durante muchos tiempo. De las anécdotas es mejor no hablar, porque obviando las gaviotas que parecen lamentar como en un fado la dramática muerte de una de ellas ante nuestros ojos, no ha ocurrido nada insólito. Estos tres días en la ciudad del Douro han estado envueltos de una cotidianeidad y una familiaridad que solo se le supone a aquellos que, además de conocerse bien, se comprenden del todo.
Las bodegas de Oporto, llenas de un líquido a caballo entre el vino y el licor, no estaban preparadas para albergar una visita tan ruidosa. Los fadistas no encuentran la tristeza inspiradora que debería cargar cada lamento y desafinan, probablemente distraídos ante tanto buen humor aderezado con bacalhau del bueno. El sol, huidizo el primer día, termina por asomar su cabeza para añadir tono a una ya de por sí coloreada ciudad, y los portuenses, que temimos que fuesen una leyenda urbana, deciden por fin abandonar sus casas para venirse a pasear. Ahí arriba el puente de Luis I, con sus más de 3 metros sobre el cielo, carece de candados, porque sus viandantes no necesitan proclamar su amor a gritos como una adolescente desquiciada contra el mundo. Están demasiado concentrados en el maravilloso paisaje que se despliega ante sus ojos, en la belleza de la escena.
Ahora que ambos hemos vuelto a la frialdad de las ciudades B, yo seré la primera que tenga que enfrentarse al mal humor que me causa no ver el cielo, a la pena de vivir separada de quienes más quiero, a la bofetada de realidad que me dice que no, que no puedo ralentizar el tiempo.
En esos momentos, cuando me contesten «¡Vaya borde!» al primero de mis comentarios mordientes, no me quedará más remedio que confesar que quiero seguir riendo sin parar, no sintiéndome simplemente so la la*.
*así, así
Guaou.
Más que bonito, más que leal a todo. Perfectamente Perfecto.
No sabes cómo mengcantdó
Bijou desde la otra B
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Me alegro mucho, coautor ;)
Joyas a ti también desde una de las Bs ^_^
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