Incisiones

9 diciembre 2014

El momento más difícil es cuando tienes que hacer el corte. El filo incide sobre la carne y rompe su tersura natural para dar paso a una herida que nunca, por más años que pasen, se borrará del todo. Me refiero a la herida psicológica, claro; para la otra, la ciencia está cada vez más avanzada.

El hilo de sangre no empieza a resbalar hasta que llegan las manos que han a escarbar dentro de la herida, y suele ser ahí cuando los que dejarán la carrera en primero empiezan a dar pasos hacia atrás. A éstos, que les tiembla la voz cuando les pasas el bisturí, de la mano ya ni te cuento…

Tenía dudas de esta metodología mía hasta que un día me encontré a una antigua alumna en la calle Preciados. Era una mañana de Navidad bastante gris y fría, y el centro estaba abarrotado. Yo iba con la música en el mp3 concentrado en un magistral solo de guitarra de Brian May cuando Paola se me acercó con una sonrisa tímida. Me dijo, poniendo en evidencia su embarazo:

-Profesor Roble. Hola, ¿se acuerda de mí?

Yo no me acordaba, pero era una chica preciosa y mentí:

-Sí, claro. ¿Cómo estás?

Por suerte me explicó igualmente que había sido alumna mía, pero solo en el primer año de carrera. Me dijo que en la última clase del curso, cuando me acompañaron a la planta de oncología del Clínico y tuvo que empuñar ese bisturí para rebanar el pecho de una mujer joven, de unos 30 años, se dio cuenta de la presión familiar que la había conducido a estar allí, a pesar de las dudas y la desconfianza.

-Usted no solo me salvó de una vida llena de insatisfacciones, profesor Roble, sino también a más de una persona de una tragedia-, dijo sonriendo con vergüenza, con embarazo.

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