Como en un naufragio

12 febrero 2015

El día en que la televisión anunció la muerte del criminal más buscado de los 90, Mariana estaba naciendo en el hospital de Vall de’Hebrón y yo me retorcía de dolor bajo las contracciones, deseando con todas mis ganas viajar en el tiempo para evitar el momento en que la concebimos.  Aquel día, tanto Agustín como yo estábamos de resaca futbolística tras la victoria del Barça contra el Madrid, y se nos fue de las manos. Ni él ni yo estábamos listos para formalizar lo nuestro, pero qué se le va a hacer, el daño ya estaba hecho. Pero más daño me estaba haciendo parir a aquella hija que nacería enorme, con más de cuatro kilos y medio, en un momento en que yo estaba para todo menos para distracciones. Con un nuevo trabajo, proyecto de novio y un pie fuera de casa, me veía por fin saboreando las mieles de una libertad que siempre se me vetó. Y, sin darme cuenta, estaba otra vez encerrada en una nueva cárcel para la que no habría nunca una salida.

El día en que la televisión anunció la muerte del criminal más buscado de los 90,  Mariana nacía y a mí se me escapaban las lágrimas y maldecía el día en que me hice aquel tatuaje que me privaría de la epidural casi tanto como el día en que conocí a Agustín. En ese momento, nunca me habría creído que a los pocos minutos me compensaría cada segundo de dolor al verla aferrarse a mi pecho como lo habría hecho yo a un salvavidas en medio de un naufragio, muertas de miedo las dos.

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