Un fan

6 febrero 2015

Me dijo: «Voy a dejar a mi novia por ti», y acto seguido se encendió un cigarrillo que tenía en la mesa de la cocina medio apagado. Tras una calada lenta y concentrada, me miró esperando una respuesta, con sus ojos tan alcalinos empapados en humo. Estaba recostado hacia atrás sobre el respaldo de una silla maltrecha y los pies, envueltos en unas Dr. Martens negras, apoyados sin reparo sobre la mesa.

Yo, sentada frente a él, le miré muy fijamente, tratando de atisbar un asomo de ironía en su forma de mirarme. No lo encontré. Pensé que era muy valiente por su parte decirme algo así, cuando apenas habíamos hablado dos veces, cuando no tenía información alguna sobre mí, sobre si a mí me gustaba él, sobre si quería echarme un novio o ni siquiera sobre si estaba soltera. Le miré de vuelta, igualmente concentrada sobre la calada de mi cigarro, y le sonreí despacio, soltando el humo con un «eh» cargado de un falso desprecio que, en realidad, estaba encaminado a ganar algo de tiempo. Con dos toquecitos del índice, me deshice de la ceniza sobrante sin dejar de mirarle y volví a aspirar profundamente, tratando de encontrar algo que decir mientras tanto.

En un primer momento, estuve segura de que le habían seducido mis pechos, como a tantos hombres antes que él. Eran, además de grandes, bonitos, y yo lo sabía y me encantaba exhibirlos. Pero luego pensé que no podía ser, porque a ese bar yo solo acudía con grandes jerséis que imperaban en la moda bohemia del momento. Entonces, imaginé que sería Roli, que le habría hablado de mí con la afectación con que lo hacía siempre que llegaba alguien nuevo al grupo, contagiando un poco al recién llegado con su pasión de eterno enamorado. Pero luego recordé que Roli llevaba tres semanas en Buenos Aires de gira y no podrían haberse encontrado.

Entonces saltó como un resorte y me di cuenta de que se había enamorado de mi música, de mi voz sobre el escenario, de mi manera de tocar la guitarra y de las canciones que había compuesto, casi todas bajo los efectos de algún químico excitante. Lo recordé de repente siempre, invariablemente, en la primera fila en todos los conciertos, acompañado por su novia, una chica menuda y de cara angelical que bailaba y cantaba, y que debía ser una santa. Me sentí algo culpable, pero también fuertemente halagada; era un chico más joven que yo, muy atractivo y encima, apreciaba mi arte. Si dejaba a su novia por mí o no, poco me importaba; yo esa noche solo buscaba un poquito de marcha. Me levanté sin pensarlo y arqueando mi espalda hacia abajo, aspiré el humo de su boca y le besé. Fue solo un momento, un beso corto y desapasionado, el preámbulo de lo que yo esperaba que fuesen muchos más, pero él se levantó de la silla y, apartándome con brusquedad, me dijo: «No me has entendido. Voy a dejar a mi novia por ti, porque estoy harto de escuchar tu voz en todas partes».

Al día siguiente me di cuenta de que la chica que siempre, invariablemente, en cada concierto bailaba y cantaba en la primera fila y me miraba arrobada, aquel día parecía mucho menos entregada.

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